La bulliciosa ciudad de Tel Aviv, famosa por su vida nocturna y su ruidosa playa, se ha vuelto extrañamente silenciosa debido a las estrictas restricciones de movimiento que tienen como objetivo detener la propagación del coronavirus.
En la ciudad reina la sensación conocida e incómoda de la guerra, aunque actualmente el silencio no es interrumpido por sirenas de ataques aéreos.
El canto de los pájaros, habitualmente imposible de escuchar por el estruendo de los automóviles y autobuses, y las conversaciones y la música de los restaurantes, pueden oírse en todas las calles. Las únicas cosas que parecen moverse son las nubes en lo alto.
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Las autoridades prohibieron en ingreso a la playa de Tel Aviv durante el cierre.
(AP)
Israel parece estar superando la pandemia mundial mejor que muchas naciones, en parte debido a las restricciones al movimiento impuestas por el gobierno. El Ministerio de Salud de Israel ha reportado más de 13.000 casos confirmados de COVID-19, y más de 170 muertes causadas por el virus.
No obstante, el impacto del coronavirus en Tel Aviv es visible ya que sus ciudadanos han acatado en gran medida las órdenes del gobierno de permanecer en sus hogares durante las últimas semanas. Aunque la gente comenzó a salir al aire libre el domingo, día en que el gobierno alivió las restricciones impuestas, las calles, normalmente obstruidas por el tráfico de la ciudad, permanecieron desiertas.
Los semáforos se desplazan por su rojo-amarillo-verde en las intersecciones vacías. Las aceras, una vez llenas de peatones, están desiertas, aunque se pueden observar algunas personas que no tienen hogar o paseadores de perros. También hay algunos trabajadores de la construcción palestinos, quienes tienen permitido permanecer en el país durante la crisis, dirigiéndose a comprar alimentos.
Al caer la noche, manadas de chacales desesperados por comida descienden en el extenso parque Hayarkon, apoderándose de este oasis urbano en el corazón de la ciudad.
A lo largo de la famosa playa de Tel Aviv, la costa es un vacío arenoso. Los turistas se han ido hace mucho tiempo, y los locales tienen prohibido darse un baño a pesar del clima cada vez más cálido.
Los agentes de policía en servicio se sienten aliviados al ver otro rostro humano. La cinta que han pegado en los equipos de gimnasios al aire libre de las playas para disuadir a los usuarios de utilizarlos se han desgastado y se agitan en la brisa sin que haya nadie alrededor para poder ignorarlas.
Y las nubes se siguen moviendo.