Desde su construcción en 1907, la sinagoga ubicada en la calle Magallanes 1265 en el barrio de La Boca, en Buenos Aires, fue uno de los centros de la vida judía en la ciudad. Pero con el tiempo, la colectividad se trasladó a otras zonas, el templo cayó en desuso y cerró en 1994.
“Es un lugar muy santo, que en sus primeros años unió a la comunidad; tanto a los sefardíes, que rezaban arriba, como a los ashkenazi, que rezaban abajo. Todas las ventanas tienen estrellas de David”, afirma Shneor Mizrahi, rabino de Beit Jabad, en diálogo exclusivo con Ynet Español.
Al poco tiempo del cierre, el lugar fue ocupado y profanado: las paredes se poblaron de graffitis de esvásticas y mensajes antisemitas, y se convirtió en escenario de fiestas y refugio ocasional.
Tras cinco años de grandes esfuerzos, y con la ayuda del gobierno porteño, Mizrahi logró recuperar la sinagoga. Pero siempre supo que se trataba del primer paso: el objetivo no sólo era tomar posesión del templo, sino restaurar su esplendor y ponerlo a funcionar.
Los arreglos que hoy planifican son mucho más que estéticos: el edificio requiere una obra de apuntalamiento, ya que en los primeros 20 metros se evidencia un peligro de derrumbe. Sin embargo, el resto del salón se puede rescatar. “La necesidad ahora es poner el lugar en valor y juntar los fondos”, remarca el rabino como objetivo inmediato.
Según Mizrahi, la reparación costará alrededor de 360.000 dólares. Para solventarlo comenzó una campaña de recaudación de fondos: “Lo que vale acá es que todos participen. Muchos quieren hacerlo y no saben cómo. Con esta campaña se logra concretar el deseo de que cada persona ayude como pueda”, destaca.
“Esto tiene un valor muy grande, porque cada uno tiene el precepto, la virtud, la cualidad, y el mérito de participar. Eso nos da mucho incentivo para seguir adelante, porque uno puede decir ‘ya di el primer paso’ o ´ya hice mi parte’ y quedarse ahí. Pero el judaísmo nos enseña que nunca hay que conformarse cuando se trata de ayudar a otro”, agrega.
La limpieza del lugar también llevó a que se conociera más sobre la comunidad judía de la época y sobre cómo funcionaba el templo. No sólo se encontraron los artefactos religiosos usados mientras el lugar estaba en actividad, sino también placas en las que figuraban los nombres de donantes y fallecidos, e incluso una tarjeta de 1935 que sirvió como entrada para la celebración de Rosh Hashaná.
Muchos que no pueden brindar apoyo financiero optaron por ofrecerse como voluntarios para tareas de limpieza, e incluso algunos redescubrieron un lazo familiar con el templo.
“El otro día, vino un chico a limpiar un poco y encontró el nombre del abuelo en una placa, no lo podía creer. Y eso se dio en un par de casos más. De un grupo de diez chicos, tres encontraron a sus abuelos o bisabuelos”, explica.
Mientras se planean los detalles de la reparación, el templo ofrece una breve ceremonia religiosa todos los domingos con el objetivo de reconectar a la comunidad con sus raíces y tradiciones, y para exteriorizar el deseo de reavivar el sitio.
“La gente quiere ayudar, y eso es una fuerza especial que nos da el lugar, se siente. Es un espacio que cayó muy bajo, pero se puede volver a elevar”, afirma el rabino.