El ministro de Relaciones Exteriores de Arabia Saudita, el príncipe Faisal bin Farhan Al-Saud, negó el lunes que hubiera habido una reunión entre el primer ministro Benjamín Netanyahu y el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammad bin Salman. "No se produjo tal reunión. Los únicos funcionarios presentes eran estadounidenses y saudíes", expresó a través de Twitter.
Esto no significa que la reunión no haya existido, pero sí que a los saudíes le resultaron incómodos los informes de la prensa. Se puede suponer que un funcionario israelí rompió el acuerdo de confidencialidad sobre la reunión. Aun así, se trata de un paso importante en el camino hacia la normalización de las relaciones diplomáticas entre los dos países.
La situación política de Israel es tan crítica que sus líderes parecen estar dispuestos a filtrar información sensible y frustrar un avance diplomático con tal de obtener una victoria política interna (y ganar posiciones sobre el ministro de Defensa Benny Gantz y su investigación sobre el caso de los submarinos).
Israelíes y saudíes se han estado reuniendo en secreto durante años: funcionarios políticos, diplomáticos y agentes de inteligencia de ambos lados. Incluso en su momento, los rumores indicaron que el ex primer ministro Ehud Olmert mantuvo un encuentro en Jordania con un miembro de alto rango de la familia real saudí. Pero no hay antecedentes de una reunión entre un primer ministro israelí y el príncipe heredero del reino.
Una reunión de tal dimensión histórica sólo podía tener lugar en el contexto del torbellino de eventos que se apoderaron de la Península Arábiga durante este año, y que redundó en los acuerdos de normalización de Israel con los Emiratos Árabes Unidos y Bahrein.
Bin Salman y su padre, el rey Salmán bin Abdulaziz, no comparten posición sobre la formalización de relaciones con Israel. Una reunión secreta con Netanyahu en Arabia Saudita fue probablemente lo máximo que el rey permitió al príncipe heredero.
En este contexto, tanto Israel como Arabia Saudita se preparan para lo que será la administración entrante en Estados Unidos, con Joe Biden como presidente. Si Jerusalem muestra signos de preocupación, Riad tiembla de miedo.
Bin Salman tiene la certeza de que los demócratas van a endilgarle los abusos a los derechos humanos en el reino, las muertes de civiles en Yemen, el asesinato del disidente y periodista saudí Jamal Khashoggi, la disputa continua con Catar y muchos otros problemas.
El príncipe heredero está convencido de que la CIA lo tiene en la mira y tiene todo preparado para doblegarlo, al menos políticamente, y allanar el camino para el regreso de su príncipe saudí favorito, Muhammad bin Nayef, despojado de sus títulos y puesto bajo arresto domiciliario por presunta traición en junio de 2017.
Durante su campaña, el presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, habló de una "evaluación renovada" de las relaciones entre Estados Unidos y Arabia Saudita, dando a entender que su gobierno no daría continuidad a los lazos mantenidos durante la presidencia de Donald Trump.
Tanto saudíes como israelíes rezan para que la próxima administración de la Casa Blanca participe e influya en las negociaciones entre los dos países sobre su enemigo común, Irán. Biden debería asumir con seriedad la cooperación entre Jerusalem y Riad sobre Irán.
Es probable que quien haya hecho públicas las intenciones del presidente saliente Donald Trump de bombardear las instalaciones nucleares iraníes, como informó la semana pasada The New York Times, fuese la tercera persona que participó de esa reunión secreta, el secretario de Estado Mike Pompeo.
Pero con el debido respeto a la amenaza iraní y a las perspectivas de normalización, es difícil suponer que la reunión hubiera sucedido igual si los saudíes no estuvieran en busca de un aliado ante lo que perciben será una Casa Blanca hostil. Todo lo que podemos hacer ahora es esperar que las filtraciones no pongan en peligro ningún avance ya logrado en las relaciones entre Israel y Arabia Saudita.