Las elecciones presidenciales en Siria están previstas para el mes que viene, pero hasta ahora no hay campañas en los medios de comunicación y las calles, y no está claro si será simplemente un referéndum sobre el presidente Bashar Al Assad o si aparecerán nuevos candidatos para darle a la jornada un tinte democrático.
Para postularse los candidatos deben tener al menos 40 años, ser ciudadanos sirios por parte de padre y madre, no contar con antecedentes penales ni estar casado con un extranjero. Además necesitan el apoyo de 35 miembros del parlamento y demostrar que durante los últimos diez años vivieron en el país, un requisito que bloquea la candidatura de los opositores al régimen que en los últimos años huyeron de la guerra civil.
La oposición a Al Assad define a estas condiciones como una “broma triste”. Además, el presidente irá por su cuarto mandato, cuando la constitución establece que solamente podría gobernar en dos períodos. Todas las sospechas indican que los resultados electorales ya se determinaron en consultas discretas con Rusia e Irán.
El presidente estadounidense Joe Biden no está especialmente interesado por lo que ocurre en Siria. Según fuentes de inteligencia norteamericana, para aplacar la situación siria y debilitar a Hezbollah en el Líbano la clave es lograr resultados positivos respecto a Irán. Por eso, por diferentes motivos, Estados Unidos, Israel, Irán y Rusia abogan por la continuidad del actual gobierno en Damasco.
Para Israel el actual presidente Al Assad es el menos malo. Moscú lleva cinco años impidiendo el colapso del régimen de Al Assad y desde Jerusalem no impulsarán ninguna ofensiva grande que pueda alterar ese equilibrio. Si la intención israelí es continuar atacando las bases iraníes en Siria lo mejor es hacerlo bajo la presidencia de un hombre conocido, en lugar de una revolución sangrienta que pueda allanar el terreno para influencias más peligrosas como Turquía, cuyo presidente Erdogan es visto como alguien que en cualquier momento podría emitir una orden de una invasión profunda.
En líneas generales Bashar Al Assad se siente cómodo consiguiendo sus objetivos a dos bandas. Cuando sus gestiones con los iraníes no prosperan, se apresura a contactar a sus nexos en Rusia. Y cuando no obtiene lo que quiere de los rusos, vuelve a acercarse al líder supremo iraní Ali Khamenei. Por eso ninguno de los actores de la región, ni siquiera Israel, están esperando cambio alguno.