Si bien hay algunas diferencias de tipo teológico y de corriente misionera entre las llamadas iglesias protestantes, provenientes de la reforma europea y las evangélicas (mal llamadas “evangelistas”) que surgen de las distintas corrientes generadas desde los Estados Unidos, usaré el término evangélico como único y general. Eso no quita, y creo necesario remarcarlo, que las iglesias de la reforma histórica como las luteranas, metodistas, presbiterianas, menonitas, etc. tienen una mirada socio religiosa que hoy llamaríamos progresistas con un fuerte acento ecuménico y un histórico acercamiento interreligioso. Las iglesias mas cercanas en el tiempo y llamadas evangélicas como las bautistas, hermanos libres, pentecostales y actualmente el movimiento neo pentecostal, representan un sector en crecimiento exponencial y sostienen una teología más conservadora y una lectura de la Biblia más literalista. Sin embargo, son sectores cristianos que, con algunos matices, conviven en la armonía de la diversidad que les permite su estructura horizontal y sus bases comunes de identidad cristiana no católica en la escritura, la gracia y la fe.
En su historia reciente, las iglesias evangélicas en Argentina y en Latinoamérica vivieron y viven como una minoría religiosa, al igual que otras confesiones como la judía. En la actualidad lo siguen siendo, pero es claro que hace veinte años, la población evangélica representaba el diez por ciento de la actual. A pesar de este crecimiento fenomenal, se siguen recociendo como minoría y su cercanía al pueblo judío se mantiene inalterable.
Existen sucesos que narran nuestros abuelos evangélicos que facilitaron una relación interreligiosa natural con los hermanos judíos, que justo es decirlo en la actualidad fueron ampliamente superados, pero resultan necesarios citarse para comprender las raíces de lo que venimos afirmando. Me refiero a los tiempos en los que la educación pública incluía una clase de religión y en ella solo se enseñaba la católica, y obviamente en ellas no podían participar alumnos pertenecientes a otras confesiones. De allí que en esa hora de “exilio educativo”, muchas veces en los patios de los establecimientos, evangélicos y judíos dialogaban de los aspectos de la fe que los unía, principalmente de lo aprendido en sus casas, sinagogas o templos de los libros de las escrituras sagradas que compartían. Al mismo tiempo, en la otrora lucha de la educación pública laica, se encontraron nuevamente unidos en pos de la separación en las aulas de la iglesia y el estado. Mucho más se podría hablar, pero la trágica imposibilidad de principios de siglo veinte de la utilización de los cementerios para dar sepultura a sus muertos de acuerdo con su fe, motivó primero la necesidad de contar con un cementerio de “los disidentes” que con el tiempo fueron cementerios judíos por un lado y la utilización del cementerio británico como el evangélico.
Por otro lado, una de las bases de la formación en la fe de las comunidades evangélicas fueron las escuelas dominicales que usualmente antecedían al culto dominical. En ellas, resaltaban notoriamente a la asombrada vista y memoria de los niños las maravillosas historias de los héroes de la fe. Figuras bíblicas como Moisés, “nuestro padre” Abraham, Sansón, David, etc., eran instruidas e ilustradas de tal manera que se fueron haciendo carne y querencia de varias generaciones de evangélicos. Desde luego que las prédicas del culto dominical en una proporción muy significativa estaban cimentadas en la reflexión sobre los textos de la ley mosaica, los Salmos, los profetas y los libros históricos, sea como única fuente bíblica de predicación o como base textual a la lectura de los evangelios y las cartas apostólicas. El énfasis de la mirada paulina del pueblo elegido de Israel y la mirada judía/cristiana de este apóstol/rabino en donde los cristianos representamos en realidad un “olivo injertado” en el árbol del huerto de un mismo D-os. (Romanos capítulo 11) nos fueron acercando como deudores, hijos o hermanos del pueblo hebreo, sin perder por eso nuestra pertenencia cristiana.
Un capítulo aparte requeriría la reciente corriente teológica neo pentecostal que da sustento bíblico profético al reconocimiento de Jerusalén como capital espiritual y política de Israel. Para algunos evangélicos, especialmente neo pentecostales, esto es una señal de los tiempos en la economía de un D-os de conquista y liberación y para otros solo es producto de una lectura literalista y contra reformada de los libros conocidos como del primer Testamento. Este fenómeno es relativamente nuevo y su complejidad, el espacio necesario y el punto central de este artículo no invita a tratarlo ahora , pero si es noble de mi parte por lo menos mencionarlo.
Lo que sí es claro y, a mi parecer histórico y a esta altura inseparable, es la identificación bíblica, empatía teológica, cercanía de identidad de fe y aprecio fraternal entre las distintas comunidades de fe evangélica a la comunidad judía. A esto, solamente debo decir AMÉN.