Hagamos cuentas. Para ganar las elecciones presidenciales en Estados Unidos un candidato necesita 270 votos en el Colegio Electoral. El favorito republicano, Donald Trump, tiene una prometedora ventaja de 235 votos.
En su última campaña contra Biden en 2020, Trump perdió por un pequeño margen en Georgia, (16 votos electorales) y Arizona (11 votos electorales), ambos considerados entonces estados azules, o de tendencia demócrata.
Pero desde entonces se produjo un vuelco en ambos estados. Hoy, tras la postura liberal de Georgia respecto al COVID-19, vio una afluencia de votantes republicanos y en Arizona, situado en la frontera con México, la inmigración es uno de los principales temas en la mente de los votantes. Las encuestas, por tanto, muestran ahora a Trump a la cabeza en ambos estados. Eso sitúa su recuento de electores en 262. Y para mantenerse en el cargo durante un segundo mandato, Biden debe ganar los estados indecisos de Michigan, Pensilvania y Wisconsin. Trump sólo necesita uno de ellos para volver a la Casa Blanca. Mientras tanto, Nevada, con sus seis votos electorales, es un verdadero estado pendular y un estado clave en la batalla.
Ni siquiera mil repeticiones de la historia de su conversación de corazón a corazón con la entonces primera ministra Golda Meir cambiarán el hecho simple y decisivo de que Biden no puede ganar sin Michigan, hogar de una gran comunidad palestino-estadounidense formada por simpatizantes de Hamás. Para ellos, detener la guerra en Gaza es la consideración número uno, y parece ser un imperativo si espera ganar en ese estado.
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Netanyahu y Trump en la firma de los Acuerdos de Abraham, en la Casa Blanca.
(Reuters)
Por otro lado, votantes centristas estadounidenses apoyan mayoritariamente a Israel y, según una encuesta reciente de Harvard CAPS-Harris, apoyan una ofensiva israelí sobre Rafah. Para la mayoría de ellos, éste no es su tema número uno en las elecciones. Apenas ocupa el décimo lugar.
Para la mayoría, pero no para todos. Algunos evangelistas, no muchos, tienen reservas sobre Trump pero podrían decidir votar por él si ven que Biden restringe las acciones de Israel en la guerra.
En definitiva, el dilema de Biden es cómo apaciguar a votantes musulmanes pro-palestinos sin enfadar a los cristianos partidarios de Israel. La Casa Blanca informó a los periodistas en los últimos días con el objetivo de separar su apoyo a Israel de su aversión al primer ministro Benjamin Netanyahu.
También se puede decir esto de forma menos elegante.
Biden quiere mantener la confrontación con Israel por debajo del umbral de la guerra: suficientes golpes públicos para movilizar a la base, pero no una confrontación total que le perjudique seriamente a los ojos del público general.
La conducta en torno a Rafah es un ejemplo excelente. La administración al mando de Biden pondrá obstáculos, hará preguntas, exigirá explicaciones sobre una ofensiva israelí, pero los funcionarios israelíes juran que cuando llegue el momento, a pesar de todos esos esfuerzos, comenzará la incursión.
Un alto funcionario israelí declaró: "A la hora de la verdad, a pesar de ellos y de su ira, actuaremos con rapidez".
Quienes analizan la situación sólo con gafas diplomáticas o, peor aún, con una perspectiva psicológica, hacen el ridículo. Los que afirman que Netanyahu insultó a Biden o que esto tiene que ver con su "conducta" no abordan del todo la cuestión, como si alguien en un año electoral se molestara siquiera en interesarse por los modales en la mesa.
Como decía el Wall Street Journal esta semana, Biden quiere una solución de dos Estados: Michigan y Nevada.
