El primer viernes por la noche después de la masacre, la Oficina del Primer Ministro anunció de momento en momento una declaración a los medios de comunicación de Benjamín Netanyahu. Cuando un país golpeado por la conmoción, la tristeza y la ira escucha que, muy inusualmente, el líder que fue elegido tiene algo urgente que decir, hasta el punto de hablarle al público israelí el viernes por la noche, se pone en alerta máxima.
En retrospectiva, Netanyahu no tenía nada nuevo que añadir a lo que se había dicho antes. La interpretación predominante era que estaba tratando de equilibrar la infinita sensibilidad del presidente de los Estados Unidos, Joe Biden. Pasó gran parte de su agenda no tan aireada hablando con familias de secuestrados con ciudadanía estadounidense, mientras que Netanyahu apenas reconoció su existencia sin distinción de pasaporte.
A pesar de las duras críticas en tiempo real, la naturaleza de tal episodio debe olvidarse en medio de una guerra prolongada, llena de acontecimientos y de anuncios terribles. Pero el propio Netanyahu logró el viernes recordarnos la enorme distancia que hay entre un líder y un ser humano, entre un hombre al que el diputado Galit Distal Atabrian llama halagadoramente "el padre de la nación" y un hombre cuyo cuerpo y mente están compuestos en un 200 por ciento de cálculos políticos, sin hueso paterno para la medicina en el sentido nacional.
En su decisión de no mostrar su rostro el día en que tres secuestrados fueron asesinados por fuego de las FDI en Gaza, en un mensaje de horror que sacude los umbrales, Netanyahu ha declarado de hecho que los sentimientos difíciles de las familias de los secuestrados –y con ellos una parte significativa de la opinión pública– no es realmente un problema suyo, de su política, de la falta de horizonte para los demás detenidos y detenidas en la Franja de Gaza. Dejó solo al portavoz de las FDI en la batalla de comunicar. Lo que comunicó el general de brigada Daniel Hagari se trató de un error operativo con terribles consecuencias para las familias de los rehenes, los familiares de los otros secuestrados, y las masas de israelíes que no han dormido durante más de dos meses.
Lo que comunicó el general de brigada Daniel Hagari se trató de un error operativo con terribles consecuencias para las familias de los rehenes, los familiares de los otros secuestrados, y las masas de israelíes que no han dormido durante más de dos meses.
Es importante señalar que tanto el ministro de Defensa como el jefe del Estado Mayor podrían haberse levantado ante la magnitud de los escalofríos y la fractura. Sorprendentemente, no se trata de un hecho "ordinario" que implique una guerra, sino más bien de la realización de una pesadilla bastante extrema: aparentemente, y según varios informes, los secuestrados ya habían logrado liberarse de las garras de Hamas después de dos meses de infierno, sólo para luego ser asesinados por los combatientes enviados a Gaza para liberarlos.
Es posible que el portavoz de las FDI deba describir lo sucedido y garantizar una investigación completa y transparente (incluso si ésta no es el área de excelencia de las FDI, desafortunadamente). Pero no es él quien se supone que debe mirar de frente, detallar su contexto más amplio y sus precios, abrazar a las familias tanto como sea posible, reconocer la necesidad de que los espectadores lloren por la tragedia. En gran medida, también debe fortalecer a los combatientes que participaron en el incidente porque su mundo fue destruido y a los demás combatientes que soportan la carga de hacer frente a una organización terrorista cruel, asesina y malvada.
Pero así como Netanyahu encabezó la campaña el 7 de octubre, terminó siendo la última parada en una noche infructuosa, por decir lo menos. Después de todo, todo el mundo entiende que si los tres hubieran sido devueltos vivos a territorio israelí, Netanyahu no se habría reunido detrás de un anuncio escrito tardío, la mayoría de los cuales son clichés a los que incluso la inteligencia artificial habría infundido más espíritu. Y está perfectamente bien, por cierto, cosechar crédito cuando llegue, siempre que se entienda lo que significa desaparecer de manera tan conspicua en un momento de fracaso. Hace apenas unos días, Netanyahu sabía cómo dar una apariencia enérgica, engreída y escandalosa cuando los combatientes eran asesinados. El viernes por la noche, ael primer ministro de repente le dio alergia a las cámaras. En retrospectiva, esto no debería ser una sorpresa, pero siempre es decepcionante y, en este caso, incluso desalentador.
(*) Periodista de Yedioth Ahronoth e Ynet