La ley aprobada hace un tiempo por el gobierno polaco, que prohíbe imputar a Polonia o a ciudadanos polacos crímenes de guerra cometidos durante la Segunda Guerra Mundial, suscitó enérgicas reacciones, especialmente en Israel y en todo el mundo judío. Recuérdese que, durante el Holocausto, en Polonia perecieron 3 millones judíos, que conformaban un 10% de su población.
En este caso no estamos ante la negación del Holocausto, tal como sucede esporádicamente en algún otro colectivo de Occidente o en el Islam radical, sino en la distorsión de hechos históricos incuestionables. Responde al anhelo de vertebrar una nueva narrativa histórica coherente con una postura nacionalista que despliega el actual gobierno polaco.
Nadie niega el sufrimiento padecido por el pueblo polaco durante la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes causaron la muerte de tres millones de polacos, un millón y medio de jóvenes polacos fueron enviados a campos de trabajos forzados y Polonia perdió su independencia. Igualmente nadie cuestiona que los campos de exterminio y de trabajos forzados fueron erigidos por los nazis en suelo polaco.
El gobierno polaco no niega el Holocausto, todo lo contrario, le dedica a este tópico una especial atención. Ha erigido museos, recordatorios y monumentos que perpetúan la memoria de las víctimas en espacios en los cuales perecieron. En una visita que realicé en el año 2012 al Instituto de Historia Judía de Varsovia, y dedicado al Gueto de Varsovia, me causó una excelente impresión. Vi una película de una crudeza poco común sobre el antedicho Gueto, y el último piso está dedicado al Oneg Shabat, una organización clandestina que, bajo la apariencia de encuentros sabáticos y dirección del historiador EmanueL Ringelblum, se dedicó a testimoniar la vida del Gueto de Varsovia así como la vida judía de Varsovia y otras ciudades de Polonia durante la Segunda Guerra Mundial. Se exhiben los escritos de la organización, así como dos pequeños recipientes en los cuales –previo a la extinción del Gueto– se ocultaron dichos escritos.
Polonia recalca y enfatiza la contribución judía a la cultura polaca. En la parte antigua de la pintoresca ciudad de Cracovia han vuelto a operar sinagogas e incluso las autoridades turísticas de la ciudad recomiendan la visita a la pequeña sinagoga erigida en el Siglo XVI y perteneciente al rabino Moshé Isserles –conocido con la sigla de Ramá–, una de las figuras más emblemáticas de la tradición oral ashkenazi, así como a otros lugares de un signo claramente judío. Hace años se inauguró en Varsovia un museo que refleja 1.000 años de vida judía y que ha acaparado grandes elogios.
El espacio cuestionado
El espacio en el cual disienten categóricamente Polonia, Israel y el pueblo judío se refiere a la participación de ciudadanos polacos en la matanza de judíos en Polonia durante la ocupación nazi.
La narrativa polaca comienza a modificarse cuando culmina la presencia soviética en Polonia. Hasta ese entonces se eliminó o se disipó todo vestigio o singularidad de las víctimas judías, todas afloraban bajo el rótulo amorfo de víctimas del fascismo. Acorde con este discurso, la Iglesia y la Organización Clandestina polacas brindaron ayuda a la población judía durante la ocupación nazi.
El cambio comenzó a operarse a partir de 1987, cuando el conocido historiador y crítico literario polaco Jan BlonskI publicó una serie de artículos, en los cuales reconoció que los polacos jamás admitieron a la población judía en su sociedad. Un mojón mas en este mismo contexto fue el libro Vecinos, del historiador y sociólogo americano de origen polaco Jan T. Gross, en el cual se reseña detalladamente la matanza de judíos perpetrada por sus vecinos polacos el 10 de julio de 1941 en la localidad de Jednawa. El libró se editó en el año 2001 y es en este momento –señala la historiadora y docente israelí Javi Dreifuss, especializada en el Holocausto y en particular en Polonia– en que los polacos tuvieron que enfrentarse con el hecho de que no sólo fueron víctimas sino también asesinos en determinadas circunstancias. Una comisión estatal polaca investigó lo sucedido en Jednawa y, aunque discrepó con algunos guarismos manejados por Gross, confirmó el hecho de que polacos asesinaron a judíos durante la Segunda Guerra Mundial, en especial en algunos lugares del Distrito de Lomza, a lo que según Dreifuss deben agregarse los pogromos y asesinatos cometidos por los polacos a los judíos en aldeas y pequeños pueblos.
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Jóvenes israelíes con sus banderas nacionales marchan junto al monumento a unos 900.000 judíos europeos asesinados por los nazis entre 1941 y 1944 en el campo de trabajo y muerte de Treblinka, en Polonia.
(AP)
Dreifuss sostiene que la estimación actual de los investigadores polacos es que alrededor de 250 mil judíos procuraron durante la guerra huir de los guetos, campos de trabajo y exterminio así como ferrocarriles. Al culminar la guerra, sólo sobrevivió un 10 por ciento. La mayoría de los fallecidos fueron entregados por ciudadanos polacos tanto a las autoridades nazis como a la policía polaca o fueron asesinados por los mismos polacos. El asesinato de judíos no estaba limitado, fue por cierto un fenómeno amplio. e incluso la Resistencia Clandestina Polaca también exterminó judíos. En reportaje a la prensa alemana, el antedicho historiador J.Gross declaró que en determinadas circunstancias, la Resistencia Polaca estaba mas ocupada en exterminar judíos que en eliminar alemanes. Las causas obviamente fueron diversas: apropiarse del patrimonio judío, odio personal al judío y, naturalmente, antisemitismo.
La narrativa polaca comienza a modificarse cuando culmina la presencia soviética en Polonia.
Dreifuss señala que los estudios practicados actualmente detectan facetas de la intervención polaca en la matanza de judíos que no afloraron en el pasado. Mas aun, apunta un hecho muy importante, lo que evidencia la seriedad de su postura. En este espacio, no caben los esquemas ni las simplificaciones y por ende rechaza la tradicional división entre asesinos, víctimas e indiferentes. No siempre las personas permanecieron insertadas en una sola categoría. Hubo casos de personas que salvaron a judíos, pero en otra coyuntura esos mismos individuos fueron asesinos o permanecieron indiferentes, personas que actuaron de una u otra manera según las circunstancias del caso. Hubo inclusive justos entre las naciones polacos que detestaban a los judíos y sin embargo salvaron judíos.
Obviamente, cabe resaltar el quehacer heroico desplegado por los polacos rotulados justos entre las naciones, quienes arriesgaron sus vidas y la de sus familias salvando la vida de judíos. Su número es casi 7.000, y quizá sea levemente superior dado que ha habido más casos que nunca trascendieron; pero los historiadores concuerdan que fue una honrosísima y pequeña minoría de la ciudadanía polaca. Hay historiadores que sostienen incluso que el temor principal de estos justos entre las naciones polacos radicó principalmente ante la actitud que adoptarían sus propios vecinos y conciudadanos en el caso de conocerse su proceder.
La conducta de la mayoría del pueblo polaco hacia sus ciudadanos judíos en la Segunda Guerra Mundial no fue una excepción. Con las variantes del caso, el mismo fenómeno se registró en Ucrania, Lituania, Francia y Holanda.