Israel se considera un concepto y no sólo un refugio, como escribió Theodor Herzl: "Ningún hombre puede devolverlos [al pueblo judío] de la tierra a la tierra. Sólo una idea puede hacerlo".
A los ojos del observador racional, se trata de una visión extraordinaria porque, como suele decirse en el mundo municipal, cada residente es una joya. Pero a los ojos del pensamiento herzliano, que aún hoy influye en la política israelí, estas consideraciones no se tienen en cuenta.
El deseo interno de reunir a todas las partes de la nación dispersa en una tierra es una aspiración constante y viva, a pesar de los desafíos que nos rodean. Buscamos la paz interna y "llenar la casa" a través de nuestros hermanos y hermanas que regresan, aunque sea gradualmente.
Desde la creación del Estado, han llegado unos 3,5 millones de inmigrantes. En relación con el tamaño de la población, se trata de un hecho sin parangón en la historia de las naciones. La realización de esta visión de la inmigración y la absorción basada en valores ha dado lugar a la existencia única en Israel de un ministerio gubernamental dedicado a su aplicación.
Muchos judíos del mundo, incluso hoy, en el año 5784, sueñan con Sión y anhelan Israel.
Mi difunto abuelo participó en la absorción de inmigrantes en el campo de transición de Talpiot, en Jerusalem, en la década de 1950. Sus incansables esfuerzos por mejorar las condiciones y procesos de integración en la sociedad tropezaron con dificultades insuperables.
Parece que desde entonces hemos progresado, pero el reto persiste.
Los cambios en el paisaje natural y humano de los inmigrantes no son sencillos. Los procesos de búsqueda de un empleo adecuado, así como la integración en las instituciones educativas y la vida comunitaria, están llenos de numerosos y diversos obstáculos.
En este difícil momento, conviene examinar otro reto nacional que nos acompaña desde hace décadas: los cambios demográficos que se están produciendo en Galilea.
Desde 1980, la población judía de la región septentrional ha crecido numéricamente, pero la tendencia de los jóvenes que optan por trasladarse al centro del país es clara y constante.
Las nuevas familias no llegan en gran número, y la población de Israel se niega a extenderse a estas zonas porque el Estado aún no ha conseguido convertirla en una nueva región deseada. Así, se está remodelando el mapa de Galilea, con ciudades que cambian su carácter demográfico, lo que también afecta a la caracterización de las instituciones educativas municipales, y se están formando asentamientos sin nuevas familias jóvenes.
En esta situación, parece que la conclusión es clara: a Israel le irá bien si afronta un reto con otro.
En el mapa de prioridades nacionales aprobado esta semana, está escrito que, basándose en esta decisión, el gobierno puede ayudar a asentamientos en sus esfuerzos por animar a los inmigrantes a residir en ellos además de ayudar a la absorción de los mismos y su capacidad para establecerse.
Se trata de una decisión importante que ahora permite a los ministerios del gobierno dirigir sus acciones a fortalecer la Galilea, darle prioridad en las inversiones para crear oportunidades de empleo de calidad adecuadas para inmigrantes, y ofrecer incentivos significativos a quienes decidan establecer sus hogares en la región norte.
Muchos de los judíos que inmigran nunca se han asentado en las grandes ciudades centrales, sino en la periferia, donde han contribuido al desarrollo de la zona, al urbanismo y la construcción, y han trabajado la tierra.
El paisaje de su tierra natal se asemeja más a los espacios abiertos de Galilea, sin duda más que el centro del país, y las oportunidades de vivienda pueden ser posibles en esta zona, incluso en tiempos de subida de precios.
No hay motivo para que el sueño galileo no resulte atractivo y esté al alcance de los israelíes veteranos y, sobre todo, de los nuevos inmigrantes, en lugar de seguir siendo un reto nacional.
