Tras el brote de la pandemia de COVID-19, los responsables de numerosos laboratorios de investigación se han movilizado para luchar contra el coronavirus SARS-CoV-2. Y con este objetivo, cientos de laboratorios israelíes han tenido la iniciativa de buscar soluciones en varios y variados campos. Desde medicamentos, tratamientos y vacunas, hasta medios matemáticos para predecir la propagación de la pandemia, pasando por el perfeccionamiento de herramientas de diagnóstico. La carrera en las investigaciones contra la pandemia es mundial, e investigadores israelíes están en la primera línea, a veces solos y en ocasiones en el marco de la colaboración internacional. A continuación, un repaso de algunos de los estudios que están en la vanguardia de la lucha contra el coronavirus.
Pegamento contra los virus
Uno de los enfoques interesantes para combatir los virus es utilizar la forma en que actúan, pero contra ellos. Para penetrar en nuestras células, el virus se adhiere a determinado receptor que se encuentra en la superficie de la célula, y que en el caso del coronavirus se llama ACE2. Numerosos investigadores intentan aislar o producir anticuerpos que se adhieran a esa proteína del virus ligada al ACE2, e impedir de ese modo que el virus penetre en la célula.
Los anticuerpos se adhieren de manera muy eficaz
Ante sustancias extrañas –como las proteínas del virus–, y con la ayuda de su “pie” –es decir, la parte que no se adhiere al objetivo–, los anticuerpos envían señales a otros “brazos” del sistema inmunológico para que ataquen el objetivo señalado. Pero para producir anticuerpos eficaces, hay que conocer muy bien el objetivo. Y este campo de estudio aún no está lo suficientemente desarrollado en lo que respecta a las proteínas del virus SARS-CoV-2. En el laboratorio de biología estructural que dirige el doctor Ron Diskin, del Instituto Científico Weizman, tratan de combinar la eficacia con la que el virus se adhiere al receptor de la célula con los beneficios de la actividad de los anticuerpos, y producir moléculas combinadas: un receptor ACE2 con un “pie” de anticuerpo.
“Este método lleva el nombre de 'inmunoadhesión'. Cuando la mencionada molécula se adhiere al virus, lo neutraliza e impide que se adhiera a las células y penetre en el interior de éstas. Y también le envía al sistema inmunológico señales para que ataque al virus”, explica Diskin.
A principios de este año, Diskin y colegas científicos –entre ellos las doctoras Hadas Cohen Dvashi, asimismo del Instituto Weizman, y Vered Padler-Karavani, de la Universidad de Tel Aviv– publicaron un estudio que ejemplifica ese principio en otros virus que afectan a humanos. “Para mejorar el método, no hemos utilizado receptores humanos sino de roedores a los que el virus infectó antes de pasar a humanos, y que está ligado a ellos con mucho más fuerza”, señala Diskin. “Puesto que aún no sabemos qué animal fue el depositario natural del nuevo virus, estamos tratando de producir -junto con nuestros colegas- el receptor más adecuado, utilizando métodos de la ingeniería de proteínas. Es posible que contemos con ese tipo de moléculas eficaces dentro de algunos meses, o incluso semanas. Pero de aquí hasta que se hagan los ensayos clínicos –y sobre todo a gran escala– hace falta mucho tiempo, elevados presupuestos y la colaboración entre la industria y nosotros”.
Queridos anticuerpos
Otro proyecto, del doctor Ziv Shulman, del Departamento de Inmunología del Instituto Científico Weizman –en colaboración con el equipo de Diskin–, se centra en detectar anticuerpos contra el virus, tomando en cuenta los anticuerpos encontrados en la sangre de personas que estuvieron infectadas con el coronavirus y posteriormente se curaron. El laboratorio de Shulman, en concreto, recibió muestras de sangre de enfermos que se han curado, y que contienen anticuerpos que neutralizan el virus.
“En las muestras, hemos buscado los anticuerpos que se ligan a las proteínas del coronavirus, así como las células B que producen esos anticuerpos en particular”, dice Shulman. “Si logramos separar esas células, podemos determinar la secuencia genética de los genes responsables de la producción del anticuerpo, y a partir de ahí diseñar por ingeniería genética células que produzcan esos anticuerpos en grandes cantidades en el laboratorio.
“El proceso que hemos resumido aquí en dos frases, no es tan simple, por supuesto, y habrá que superar muchos retos y dificultades. Además, será necesario comprobar la capacidad de neutralización y de protección de los anticuerpos que se obtengan, así como elegir a los más eficaces”, comentó.
“Supongo que -si no aparecieran problemas especiales- podremos obtener anticuerpos dentro de unos dos meses”, dice Shulman. “Después vamos a examinar en el laboratorio cómo actúan, y transferir los más eficaces a las empresas médicas especializadas en la producción de anticuerpos, a fin de comprobar si son efectivos como fármaco o como tratamiento preventivo en humanos. Dado el éxito en la detección y en el tratamiento de anticuerpos contra otros virus, como el que causa el SIDA, estoy convencido de que este tratamiento va a funcionar. Y que servirá para el tratamiento de enfermos graves, así como para la protección de los equipos médicos. La tecnología para producir anticuerpos no es barata, pero el tratamiento es muy efectivo y brinda protección. Y puesto que la enfermedad no es crónica, no hacen falta tratamientos costosos y a largo plazo."
Camellos antivirus
Otro enfoque para producir anticuerpos contra el virus nos llega del laboratorio del catedrático Sarel Fleishman, del Departamento de Ciencias Biomoleculares del Instituto Científico Weizman, especializado en el diseño y la producción de proteínas artificiales: que no existen en la naturaleza. Él y su equipo lograron, por ejemplo, producir una versión artificial y estable de una de las proteínas esquivas del parásito de la malaria, un paso importante en el camino hacia una vacuna contra esa grave enfermedad. También los anticuerpos son proteínas, y ahora Fleishman y su equipo aprovechan ese método para elaborar anticuerpos artificiales contra el nuevo virus: el coronavirus.
El principal objetivo de los anticuerpos contra el virus SARS-CoV-2 son las proteínas “Spike”. Se trata de unos bultos que sobresalen en la parte exterior de la envoltura del virus, y que le permiten ligarse al receptor en las células. “Son proteínas de grandes dimensiones, pero sabemos -por investigaciones sobre el virus que causó la enfermedad de SARS- que contienen zonas que neutralizan el virus cuando a éstas se ligan los anticuerpos”, señala Fleishman. “Hasta ahora no se han producido proteínas de ese tipo para neutralizar el virus”.
Fleishman y sus colegas comenzaron a diseñarlas a partir de anticuerpos existentes en los camellos, que al ser relativamente pequeños pueden penetrar en zonas a las que no tienen acceso nuestros anticuerpos más grandes. “En base a lo que sabemos acerca de la proteína-objetivo y sobre la eficacia de la ligazón de otros anticuerpos, estamos diseñando en la computadora anticuerpos que pueden ser efectivos. Después de haber diseñado alrededor de veinte anticuerpos como esos, hacemos unas cien mil versiones ligeramente diferentes para cada uno de ellos. Después introducimos las secuencias genéticas de esos anticuerpos a levadura, de modo que cada célula de levadura presenta un solo tipo de anticuerpos en la parte exterior”, cuenta Fleishman.
Con instrumentos avanzados, que permiten conocer la intensidad de la ligazón de los anticuerpos con la proteína del virus, los investigadores pueden filtrar con rapidez los millones de levaduras, y seleccionar los anticuerpos más apropiados. Éstos se envían al laboratorio que cría los virus en cultivos de células humanas, donde es posible verificar si los anticuerpos realmente neutralizan el virus completo, y no se limitan sólo a adherirse con eficacia a la proteína que se creó por separado.
Estos días, en el laboratorio de Fleishman se disponen a hacer los primeros escaneos de las levaduras modificadas, y al mismo tiempo programar más posibles anticuerpos con la ayuda de una súper computadora que se encuentra en Suiza. “Pese al enorme avance en lo que respecta al conocimiento, el diseño de proteínas que se adhieran de manera eficaz a una zona determinada de otra proteína sigue constituyendo un gran reto. Si conseguimos producir proteínas que neutralicen el virus, sería un punto de partida para fabricar un medicamento contra el coronavirus, así como una base para una vacuna o un tratamiento preventivo”, concluye Fleishman.
Virus ficticios
Otro laboratorio que hace uso de métodos biológicos avanzados para combatir el nuevo coronavirus es el de Virología Molecular en la Facultad de Medicina, situado en la sede que tiene en Safed la Universidad de Bar Ilán, que se encuentra cerca de Tel Aviv. Ese laboratorio, dirigido por la doctora Meital Gal Tanamy, trabaja en colaboración con numerosas instituciones tanto en Israel como en el resto del mundo. Una gran parte de los proyectos se basan en algo que creó ella misma: un virus que no causa enfermedades, diseñado genéticamente para que en su exterior aparezcan las proteínas Spike del coronavirus. Se trata de la proteína que se liga a los receptores de las células-objetivo, y le permite al virus penetrar en las células.
Los investigadores también han implantado en los virus transgénicos un gen que “informa”, y permite que produzcan una proteína que emite luz en determinadas condiciones. Por ejemplo, cuando el virus transgénico se liga a un receptor o a otra sustancia. De esta manera se puede detectar la ligazón en el microscopio o en otro instrumento. El equipo de Gal Tanamy, en colaboración con el Centro Blavetnik -de la Universidad de Tel Aviv- que produce fármacos, utiliza un sistema para buscar sustancias que puedan ligarse con fuerza a la proteína Spike del virus, y de ese modo bloquear su ligazón al receptor e impedir que penetre en la célula. La investigación se lleva a cabo en colaboración con el doctor Moshé Desau -de la Facultad de Medicina de Safed-, que estudia la estructura de las proteínas que envuelven a los virus.
“En este estudio hacemos un escaneo preliminar de las sustancias que tenemos en la computadora, a fin de ver cuáles son las adecuadas en cuanto a la estructura y a las propiedades químicas de la ligazón a la proteína del virus. Después seleccionamos las sustancias relevantes, y las probamos con el virus transgénico. Nuestro sistema nos permite escanear cientos de miles de sustancias a la vez, con la esperanza de encontrar una sustancia que evite que el virus infecte”, explica Gal Tanamy. “Ahora estamos en la fase de producir el virus transgénico, que esperamos que esté listo dentro de una semana y podamos empezar a usarlo”.
Es muy cómodo trabajar con los virus diseñados y convertidos en transgénicos en Safed porque no infectan ni causan enfermedades. Por ese motivo, los laboratorios pueden trabajar con ellos sin necesidad de cumplir con las estrictas medidas de seguridad biológica que se requieren en laboratorios en los que se trabaja con virus peligrosos. Además de tratar de encontrar un fármaco, esto tiene varios usos más en la lucha contra el coronavirus. Una empresa sueca que está tratando de crear una vacuna tiene la intención de usarlos para una primera prueba de su producto. Y laboratorios que tratan de producir sustancias antisépticas para destruir el envoltorio lipídico de los coronavirus, pueden utilizar esos virus transgénicos que no infectan ni producen enfermedades en ensayos y experimentos porque también dichas sustancias tienen ese tipo de envoltorio. El equipo de Gal Tanamy trabaja al mismo tiempo en producir anticuerpos contra el coronavirus, que también podrá examinar con la ayuda de los virus diseñados.
Cooperar “contra el corte”
La búsqueda de un medicamento contra el coronavirus no se centra sólo en las proteínas exteriores del virus. Otro objetivo que atrae a los científicos es la proteasa del virus, una enzima que “corta” sus proteínas. Una proteína que se produce a partir de una larga cadena de aminoácidos, ordenada según la secuencia ARN [ácido ribonucleico], que es en realidad “una copia de trabajo” del ADN [ácido desoxirribonucleico]. Al final del proceso, la cadena se pliega y se convierte en una especie de bulbo, y sólo entonces la proteína comienza a ser activa.
El material genético del virus SARS-CoV-2 es el ARN, y cuando éste penetra en la célula obliga a sus sistemas a producir las proteínas del virus según su ARN, además de las proteínas de la célula misma. Pero todas las proteínas del virus se producen como una sola cadena larga. Para que se conviertan en proteínas activas, se requieren “tijeras” que corten la cadena en el lugar apropiado, y ése es el papel de la proteasa. La desactivación de esta enzima impedirá que las proteínas del virus maduren, y no le permitirá que se reproduzca en la célula infectada ni que contagie a otras células.
“Nosotros nos especializamos en inhibidores covalentes, que se ligan a la proteína de forma permanente, e interrumpen su actividad”, explica el doctor Nir London, del Departamento de Química Orgánica del Instituto Científico Weizman. [El término ‘covalente’ se emplea en el ámbito de la química para calificar el enlace que se genera entre átomos que tienen pares de electrones compartidos. También se califica como covalente aquello que cuenta con al menos un enlace covalente.] “Somos parte de un consorcio internacional en el que también hay un laboratorio de la Universidad de Oxford, que produjo la proteasa activa del virus y nos la envió. Hemos escaneado unas mil sustancias covalentes, y encontramos varias docenas de inhibidores potenciales. La próxima fase es estudiar cuidadosamente cómo se ligan o enlazan a la proteína del virus y se adaptan a su estructura espacial. Y producir, basándonos en este conocimiento, una generación de inhibidores más efectivos incluso, en colaboración con laboratorios tanto académicos como comerciales de Estados Unidos, que utilizan su considerable potencia informática para diseñar sustancias.
“El consorcio consiguió descifrar unas 80 estructuras de la proteasa ligada a diferentes inhibidores, muchos de los cuales se descubrieron en el Instituto Weizman. Se ha publicado toda la información al respecto, y está disponible tanto para el público en general como para la comunidad científica. Además, hemos creado un sitio web abierto con toda la información que hemos recopilado, instamos a otros científicos a que propongan diseños de otras sustancias y hemos recibido miles de propuestas.
“Al mismo tiempo que coordinan y priorizan el trabajo del consorcio, London y su equipo de investigación siguen produciendo y probando otras sustancias que puedan inhibir a la proteasa del virus. “Lo que queremos es obtener una molécula que sea al mismo tiempo muy efectiva contra el virus, y segura para su uso médico. Y asimismo que sea fácil de producir a escala comercial. Tenemos claro que se trata de un desafío enorme: producir un fármaco generalmente lleva entre 10 y 15 años, y cuesta miles de millones de dólares. Y nosotros queremos conseguirlo en pocos meses y con un presupuesto pequeño. Pero aunque no encontremos un medicamento a tiempo, nuestro trabajo puede llevar a un fármaco que sirva de respaldo en otros tratamientos. O como parte de una combinación de fármacos que serán efectivos contra el virus a largo plazo”.
Oler la enfermedad
Una de las principales dificultades en la lucha contra el brote del COVID-19 es la de diagnosticar la enfermedad. Muchos países tienen el problema de no contar con una infraestructura de laboratorios adecuada para analizar cientos de miles de muestras en poco tiempo. A lo que se suman las dificultades derivadas de las características de los análisis existentes, que difícilmente detectan concentraciones muy bajas del virus, y por ello sólo son efectivos mucho tiempo después del contagio y de la infección. También en este frente hay en Israel varios grupos de investigación, con estrategias interesantes.
El catedrático Jusam Jaik, de la Facultad de Ingeniería Química del Technion creó hace ya varios años la “nariz electrónica”, que permite diagnosticar enfermedades analizando la composición del aire que emite el infectado cuando espira, o sea, cuando expele el aire aspirado cuando respira. Las empresas que fundó están actualmente en el último tramo de las gestiones necesarias para que se autorice definitivamente la tecnología de diagnóstico de la tuberculosis y de un tipo específico de cáncer tomando en cuenta la composición del aire que espiramos.
“Así como todos tenemos una huella digital única e irrepetible en todo el mundo, cada enfermedad tienen su 'huella química' en la respiración, y se puede detectar con la combinación de un sistema de sensores químicos y de inteligencia artificial”, explica Jaik. “El sistema 'recibe' la espiración en el aparato y analiza su composición. Ello requiere cierto entrenamiento, en el que se aprende a reconocer la “huella olfativa” de ciertas enfermedades, tal como se entrena a perros a reconocer determinados olores”.
Los socios de Jaik en China han “entrenado al sistema” para que detecte la respiración de enfermos de coronavirus a través de las espiraciones de cientos de enfermos. “Actualmente, el sistema está en condiciones de detectar a un enfermo de coronavirus según la respiración, con una precisión del 95 por ciento, aunque debido a la falta de tiempo aún no hemos analizado cuáles son exactamente las sustancias que reconoce en la respiración de los enfermos”, dijo Jaik. “El reto ahora es ‘enseñarle’ a detectar a los enfermos en una fase temprana, mucho antes de que aparezcan los síntomas clínicos de la enfermedad. Y lo intentamos estudiando a unos 300 voluntarios en la ciudad china de Wuhan, donde tuvo lugar el primer brote de la enfermedad. Pero dado que sólo algunos de ellos enfermaron entretanto, nuestra muestra es aún muy pequeña, si bien los resultados que obtuvieron nuestros socios allí son alentadores. Y esperamos aumentar lo antes posible el tamaño de la muestra”.
El método de Jaik tiene varias ventajas dignas de mención. “Pienso que podremos detectar a enfermos ya al día siguiente de que se contagien y se infecten, y antes de que aparezcan los síntomas. De esta forma es posible adelantar el tratamiento, y sobre todo aislar al enfermo en una fase temprana para impedir la propagación del virus. Además, en lugar de un análisis que lleva varias horas, el nuestro -a través de la espiración- tarda segundos y da los resultados al cabo de 2 o 3 minutos”. Jaik señaló que, por otro lado, los aparatos no son caros, y calcula que la producción a escala comercial de un aparato de detección de ese tipo costará tan sólo unos pocos cientos de dólares.
Pruebas con imanes
Otro enfoque completamente diferente para mejorar el diagnóstico del coronavirus viene del campo de la ingeniería. El método aceptado actualmente para detectar a portadores de coronavirus es la RCP: sigla de ‘reacción en cadena de la polimerasa’ (conocida como PCR en inglés). Con este método se hacen muchas copias de determinado fragmento del ADN. Si el fragmento que buscamos está en la muestra, el aparato ya habrá hecho las suficientes copias como para que podamos detectarlo. Si el fragmento no estuviera en la muestra, quiere decir que no lo copió y por lo tanto el resultado es negativo y no hay infección. En el caso del virus SARS-CoV-2, el material genético es el ARN, por lo que se utiliza una enzima que primero lo traduce a ADN, y sólo después se copia. Uno de los inconvenientes de este método es la cantidad de tiempo que lleva la prueba porque la pequeña cantidad de material genético requiere muchos ciclos de copias, lo que puede llevar horas.
El doctor Amos Danieli, de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Bar Ilán, se dedica desde hace muchos años a detectar y “sentir” las causas de enfermedades en muestras. Danieli creó un método para “marcar” la molécula-objetivo en una muestra de molécula fluorescente, que emite una luz de determinado color cuando la iluminan con láser. De esta manera se puede escanear la muestra rápidamente con el rayo láser, y detectar la emisión de luz, que indica la existencia de la molécula que buscamos. El problema es que cuando la concentración de moléculas-objetivo es baja, la emisión de la luz es débil y resulta difícil detectar si la mencionada molécula está realmente en la muestra.
“Para superar el problema, hemos añadido una partícula magnética a la molécula fluorescente, en tanto que al aparato que hace la prueba le hemos agregado dos electroimanes que funcionan con corriente eléctrica. Cuando los ponemos en marcha, todas las moléculas marcadas se concentran en una sola zona, y de ese modo se crea una concentración local alta, incluso si la muestra completa es baja, y entonces el rayo láser ‘ve’ la luz que emiten las moléculas”, contó Danieli. “Es más, cuando encendemos y apagamos los electroimanes, hacemos que la concentración de las moléculas marcadas se muevan de un lado a otro, de modo que cruzan una y otra vez el rayo láser, y crean un parpadeo constante que permite distinguir con facilidad entre el fondo y la solución líquida”.
Danieli dice que se puede mejorar su método si se combina con el análisis del RCP, que acorta en gran medida el proceso porque se requiere un número mucho menor de ciclos de copias del material genético original para la detección en la muestra. “Mientras que el análisis habitual dura una hora y media o dos, nosotros lo hacemos en 32 minutos. Además, es muy sensible y nos permite detectar incluso una concentración muy baja del virus en la solución líquida. Es decir, detectar la infección muy poco tiempo después de la infección”.
Danieli fundó hace algunos años la empresa MagBiosense, que adapta la tecnología que creó a una variedad de análisis comerciales. “Ahora estamos trabajando con el laboratorio central de Virología de Tel Hashomer, y calibramos el análisis con muestras que contienen concentraciones del virus. Calculo que dentro de algunos meses podremos comercializar un pequeño aparato de mesa para pruebas de coronavirus, en lugar del RCP existente”, concluye.
Una clase sobre enlaces o ligazones
Otra estrategia para mejorar las pruebas se basa no en mejorar la tecnología, sino en un método matemático que permite usar los aparatos existentes, pero en lugar de hacer cientos de pruebas aquí es suficiente con analizar sólo algunas docenas. ¿Cómo se hace? Agrupando (‘pooling’, en inglés); o sea, mezclar e integrar muestras de varias docenas de infectados en una sola muestra representativa. O, en términos profesionales en inglés: haciendo un ‘pool’. Las muestras se agrupan de modo que cada una aparece en varios pools. Los investigadores llevan a cabo la prueba para detectar el virus en docenas de pools en lugar de hacerlo en cientos de muestras separadas, tras lo cual un ingenioso algoritmo permite detectar a los enfermos con mucha precisión.
Detrás de esta iniciativa está el doctor Noam Chantel, del Departamento de Matemáticas y Ciencias de la Computación de la Universidad Abierta, que sentó las bases teóricas de esta herramienta hace ya una década. En el año 2016, Chantel y sus colegas demostraron que en efecto se puede utilizar el método en la práctica. Demostraron que en una muestra de unas 1.000 plantas de sorgo con diferentes mutaciones, se pueden repartir dichas muestras en 50 grupos (pools), y detectar en éstos con mucha precisión plantas con mutaciones raras, excepcionales, poco comunes.
“Traté de que diversas personas se interesaran en el tema, pero al final me dediqué a investigar en otros campos completamente distintos”, cuenta Chantel. “Sin embargo, hace algunas semanas -cuando la pandemia estaba en sus inicios- mi madre se acordó de una conferencia que yo había dado hace algunos años, y me preguntó si no se podría utilizar ese método para detectar a enfermos de coronavirus. Lo pensé un poco, y me di cuenta que tenía razón”.
Chantel se dio cuenta que para aplicar su método a las pruebas de coronavirus necesitaba un robot de laboratorio, por lo que se dirigió a un viejo amigo, el doctor Tomer Hertz –de la Universidad de Ben Gurión– que se dedica a la inmunología computacional y tiene un robot de ese tipo. A Chantel y Hertz se sumaron el catedrático Angel Porgador -que coordina los estudios sobre el coronavirus en dicha universidad- e investigadores del Hospital Soroka. (Ambas instituciones se encuentran en la ciudad de Beer Sheva, del sur de Israel.) “Tomamos 384 muestras y las repartimos en 48 grupos, cada uno de los cuales tenía muestras de 48 pacientes. Cada muestra se analizó en 6 grupos, y ello nos permitió llevar a cabo 48 pruebas en lugar de 384 -es decir, un número ocho veces más pequeño-, y detectar con éxito a los portadores del virus.
“El inconveniente de este método es que es apropiado para una población con un porcentaje pequeño de portadores. En una muestra de ese tamaño, funcionará de manera casi exacta si hay hasta tres portadores. En un número más alto, aumenta el riesgo de equivocarse y dar falsos positivos. Es decir, de detectar erróneamente a una persona sana como portadora del virus. Pero en todo caso se trata de un número muy pequeño (2 o 3), y de todos modos nosotros volvemos a analizar por separado dichas muestras para confirmar el resultado. Afortunadamente, el riesgo de un diagnóstico erróneo que dé un falso negativo -o sea, considerar a un portador como una persona sana- casi no se da, por lo que no corremos el riesgo que se nos escape un portador o un enfermo de coronavirus”, dijo Chantel.
Como hemos dicho, el uso de este método requiere un robot de laboratorio, pero se trata de una herramienta muy común hoy en día, que hay en todas las universidades y en todos los hospitales. “Cada robot de este tipo puede llevar a cabo 400 pruebas al día, lo que equivale a lo que hace todo el equipo del laboratorio del Hospital Soroka. Si utilizamos dos o tres robots, podremos duplicar y hasta multiplicar por tres el número de pruebas”, agrega Chantel. Puesto que el método es apropiado sobre todo para grandes poblaciones sin un riesgo especial, se autorizó al a llevar a cabo ya en los próximos días pruebas de coronavirus a todas las personas que trabajan en el Hospital Soroka, a fin de demostrar lo efectivo del método.
Lo mismo hicieron investigadores del Technion y del Hospital Rambam, ambos en la ciudad de Haifa, en pruebas de coronavirus. Los investigadores, encabezados por el catedrático Roi Kishoni -de la Facultad de Biología del Technion-, que mostraron que la agrupación representativa (el pool, en inglés) de las muestras en grupos de 32 o 62 permite acelerar el proceso en una población con un porcentaje pequeño de infecciones. Con este método, si uno de los grupos representativos da positivo -o sea, que se detecta el virus, se analizan las muestras en forma detallada. La investigación preliminar al respecto se publicó en el sitio web MedrXiv. Se trata de demostrar la posibilidad de utilizar un método existente, e incluso equipos existentes, a fin de aumentar de manera significativa la cantidad de muestras. Aunque existen dificultades logísticas en la aplicación de este método, de todos modos esperamos que nos permita aumentar el número de muestras, y también monitorear a portadores ‘silenciosos’; vale decir, que no presentan síntomas. Eso podría reducir el número de contagios, y de ese modo ‘aplanar la curva de los enfermos’”, dijo Kishoni.
Saber preguntar
Al igual que en muchos países que lidian con la pandemia del coronavirus, tampoco en Israel se puede examinar a la totalidad de la población para detectar a todos los portadores de la enfermedad. Una solución posible es un tratar de predecir de antemano brotes locales de la enfermedad por medio de algo que se le puede dar a toda la población: un breve cuestionario. Detrás de esta iniciativa están los catedráticos Erán Ségal y Benjamín Gueiguer, del Instituto Científico Weizman, y el catedrático Iuval Dor, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, que elaboraron la idea -y el cuestionario-, para lo cual mantuvieron consultas con destacados funcionarios del Ministerio de Salud.
La idea es sencilla: todos los días se habrá de repartir a los habitantes de Israel un breve cuestionario sobre su estado de salud, poniendo el acento en los síntomas de coronavirus, así como en el lugar geográfico. Por medio de inteligencia artificial, se analizará esa inmensa base de datos, y se tratará de localizar -según la concentración de ciertos síntomas en una zona determinada- las primeras señales de un brote de la enfermedad en ese lugar. La información permitirá que los servicios de salud centren sus esfuerzos en la prevención, y que las pruebas que se hagan en consecuencia en esas zonas contribuyan a contener la pandemia.
La versión final del cuestionario, que tuvo sus inicios en el Instituto Científico Weizman, se redactó en la empresa israelí Diagnostic Robotics, por lo que todas las sociedades médicas pueden enviarlo por mensaje de texto (SMS) a sus usuarios. Se prevé que también la Estrella Roja de David ayude a difundirlo. Esto no se ha hecho hasta ahora en ningún lugar del mundo, y los investigadores ya estudian la posibilidad de colaborar con equipos de otros países en ese sentido.
La ansiedad y el miedo son buenos
Y para terminar, además de todos los esfuerzos centrados en el diagnóstico, la vacunación, el tratamiento y la predicción, hay quienes analizan cómo afecta el coronavirus psicológica y emocionalmente a los israelíes. Un equipo compuesto por investigadores de la Universidad de Ben Gurión y funcionarios del Ministerio de Salud hace un seguimiento del nivel de ansiedad y miedo con una encuesta semanal a una muestra compuesta por unos 1.000 israelíes judíos.
“Afortunadamente, comenzamos la encuesta desde cero -lo que es importante-, antes de que el coronavirus llegara a Israel, y eso nos permite tener un panorama excepcional de los cambios en el nivel de ansiedad y miedo”, dice el director del equipo de estudio, el catedrático Golán Shájar, del Departamento de Psicología de la Universidad de Ben Gurión, y de la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale, en Estados Unidos. “Al comienzo, hace casi dos meses, el nivel de ansiedad y miedo era de 2,17 en una escala de 5. Y en forma gradual llegó al 3,14, lo que constituye un aumento moderado que refleja un estado de alerta pero no de pánico”.
Los investigadores vieron que un porcentaje relativamente alto de los encuestados -alrededor de un 17 por ciento- sintió mucha ansiedad y miedo desde el comienzo. Es el mismo porcentaje que manifestó niveles especialmente altos de ansiedad y miedo por el coronavirus a lo largo de todo el estudio. “Esas personas también reaccionan con ansiedad y con un miedo paralizante a manifestaciones verbales temibles de las autoridades, cuando éstas utilizan expresiones como ‘evento que recuerda al holocausto’, o predicen miles de muertos por el coronavirus en Israel. La gente del Ministerio de Salud y los líderes electos deben tener esto en cuenta, y entender que es muy importante transmitir mensajes tranquilizadores, especialmente a estos miembros de la sociedad pero también a la población en general”, señala Shájar.
Además de la ansiedad y el miedo por la salud, la crisis del coronavirus viene acompañada de incertidumbre económica, lo que se traduce en más ansiedad y miedo. “En los resultados de las encuestas hemos comenzado a ver asimismo ansiedad y temor por la situación económica, en un nivel elevado pero no exageradamente alto”, dice Shájar. “En los últimos cien años hubo muy pocos acontecimientos que hayan paralizado al mundo a tal punto, y que hayan tenido un efecto negativo tan profundo en la economía, pese a lo cual los indicadores reflejan una reacción equilibrada, y no una sociedad asustada”, dice Shájar.
En términos generales, Shájar considera que la reacción de los israelíes al coronavirus es muy equilibrada. “La ansiedad y el miedo son buenos: constituyen una respuesta evolutiva a la amenaza, y es preferible al pánico o a la indiferencia. Se trata de una reacción que refleja fortaleza moral, un estado de alerta ante una amenaza pero que no paraliza, no impide funcionar. No hay peleas, disturbios ni saqueos. Incluso los ultrarreligiosos acatan las medidas de sus líderes. Aunque el nivel de ansiedad y miedo aumenta en forma moderada, en la última encuesta hay un indicio -según el gráfico- de que se ha vuelto a los niveles anteriores”, concluyó Shájar.
*Itai Nevó, director del sitio web del Instituto Davidson de Educación Científica