En el año 2008 el argentino Darío Fernández (42) por primera vez se puso la camiseta del Beitar Jerusalem. No conocía Israel, ni imaginaba que su clásico rival iba a ser un equipo árabe, y por supuesto no hablaba una palabra en hebreo. Cinco años después su realidad era muy diferente: se convirtió en un referente del equipo, se enamoró de una mujer israelí y vivió en carne propia lo que el racismo es capaz de provocar en el fútbol y la sociedad.
Fernández era uno de los referentes del Beitar en 2012 cuando Arcadi Gaydamak, entonces dueño del club, decidió contratar a dos jugadores musulmanes. Con esa operación quedó al desnudo el racismo que imperaba en La Familia, el grupo de aficionados más radicalizado de la institución deportiva más popular de la capital israelí.
Los episodios de violencia extrema que sufrió ese plantel del Beitar Jerusalem fueron reflejados en el documental Forever Pure, que en 2017 fue estrenado en Netflix y un año después ganó un premio Emmy. El caso de Beitar Jerusalem se hizo conocido en todo el mundo y este año sumó un capítulo impensado pocos meses atrás: el jeque emiratí Hamed Bin Khalifa compró el 50% de la propiedad del club.
En exclusiva para Ynet Español, Fernández relata cómo fueron esos meses de padecimientos, los entretelones del documental que recorrió el mundo, su sorpresa por una actualidad muy diferente y el cariño por Israel que perdura en el tiempo, aunque hoy esté radicado en Estados Unidos trabajando como entrenador.
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-¿Cómo definís tu experiencia en Beitar Jerusalem ocho años después de la violencia que desató la contratación de dos jugadores musulmanes?
-Viví los mejores y peores momentos de Beitar. Cuando me compraron salimos campeones y éramos ídolos, la relación con la hinchada era muy buena. Fue en mi tercera etapa en el club que contratan a dos jugadores chechenos a quienes los hinchas más violentos no querían porque eran musulmanes. En ese momento pasé de ídolo a villano, porque di un paso al frente para proteger a estos chicos que simplemente eran jugadores de fútbol. No la pasé nada bien, pero nunca me arrepentí y lo volvería a hacer.
-¿Qué te pasó en esos días?
-Recibí amenazas por mensajes de texto. Mi esposa es israelí y trabajaba en un shopping conocido de Jerusalem. Los mensajes me llegaban todos los días y me decían que sabían donde trabajaba, que la iban a ir a buscar. A todos los entrenamientos iban entre 400 y 500 personas a insultarnos. Llegaron a tirarnos piedras y una bomba molotov en el vestuario. Pero nunca me agredieron físicamente, no se animaron. Llegué a mandarle un mensaje al jefe de La Familia para conversar cara a cara, pero nunca me respondió. Ya tenía 34 años y me había ganado un respeto como jugador, ya era un israelí más, tal vez si hubiera tenido 20 años ni abría la boca.
-¿Sabías lo que te podía pasar por defender a los jugadores chechenos?
-Imaginaba que me iba a traer consecuencias, mi novia y gente del club me advirtieron que se venían días bravos, pero nunca supuse que iba a ser tan trascendente. Todos los días había periodistas de todo el mundo que iban a cubrir lo que pasaba en Beitar Jerusalem.
-¿El resto del plantel cómo reaccionó?
-El arquero Ariel Arosh y yo fuimos los únicos que pusimos la cara. Arosh publicó en una red social que estaba a favor de la llegada de dos jugadores musulmanes, que los apoyaba, y empezó a tener problemas. Yo no entendía cómo nadie reaccionaba, pero con el tiempo volví a hablar con mis compañeros de entonces y me explicaban que la mayoría eran nacidos y criados en Jerusalem, que no compartían lo que pasaba pero no se podían meter. Tenían miedo.
-¿Cuánto tiempo duró esa locura?
-Los primeros tres meses fueron muy difíciles, era muy complicado pensar en jugar al fútbol. Cuando terminó la primera rueda estábamos segundos, peleábamos el campeonato, y terminamos casi descendiendo a segunda: nos salvamos la última fecha jugando contra Bnei Sakhnin de visitante.
-Un equipo árabe con el que también hay mucha rivalidad.
-Exacto. Teníamos el problema por los chechenos, y por otro lado la posibilidad de descender de categoría por haber perdido contra el equipo árabe. Era un caos, una presión muy grande. Un día un hincha me dijo que prefería que Beitar baje a segunda división antes de que dos musulmanes jugaran en el equipo. Eso me quedó grabado.
-¿El problema del racismo fue solamente con La Familia? ¿O era un pensamiento generalizado entre la afición, aunque no se expresara con tanta violencia?
-Lo que hacía La Familia contagió a muchos, pero de ninguna manera a todos. Un día uno de los jugadores chechenos hizo un gol y el documental Forever Pure muestra cómo toda la hinchada que está atrás de un arco se empieza a ir del estadio en señal de protesta, pero no enfocan cómo en la platea estaban todos aplaudiendo. Había una división entre los hinchas, como ahora que algunos apoyan que se haya vendido un 50% del club a un jeque árabe, porque quieren que a Beitar se le borre esa mancha de racismo que tiene en todo el mundo.
-¿Tan pocos años después de lo que viviste esperabas que de repente un árabe pudiera comprar el club?
-Nunca, pensé que eso no iba a cambiar jamás. Es espectacular lo que está pasando en Beitar Jerusalem. Moshe Hogeg, el otro dueño del Beitar, es una persona joven, con la cabeza abierta y me parece bárbaro lo que está haciendo. Ojalá pueda limpiar al Beitar de toda esa gente que no le hace bien y puedan haber más jugadores árabes. Es un cambio importantísimo para la sociedad. El fútbol debería ser un puente para unir a las personas, a las culturas, y eso es lo que está haciendo Moshe.
-¿Qué te generó el documental Forever Pure?
-Fue todo muy raro. La sensación que me quedó en la cabeza es que todo fue orquestado por Gaidamak, el que entonces era el dueño del Beitar Jerusalem. Llegaron estos dos jugadores chechenos y a las dos o tres semanas llegó la productora para empezar a filmar el documental. Había una cámara que nos seguía las 24 horas, estaba en los entrenamientos, en el vestuario los días de partido, en las charlas técnicas. Un día llegué a un entrenamiento y había un camarógrafo con una periodista adentro del vestuario, ahí me di cuenta de que algo extraño estaba pasando. Era un reality show, un desastre, lo que menos podíamos hacer era enfocarnos en jugar al fútbol. Salíamos a jugar y nos insultaban nuestros propios hinchas, volvíamos al vestuario y había una cámara.
-Forever Pure y ese conflicto popularizó en todo el mundo lo que pasaba en Beitar Jerusalem, pero la influencia de las cuestiones sociales y políticas en el fútbol israelí no empezaron ese año. ¿De qué otra manera se expresaba la realidad israelí en el fútbol?
-Lo primero que me dijeron cuando llegué a Beitar era que había que ganarle principalmente a dos equipos: el Hapoel Tel Aviv y Bnei Sakhnin. Llegaron a decirme que ganarle a Sakhnin, el equipo de una ciudad árabe, era más importante que salir campeón. Ahí empecé a entender la magnitud del conflicto político de Israel. Cuando llegué al país yo no tenía ni idea de que había ciudades árabes dentro del país.
-¿Cómo eran esos “clásicos” con Bnei Saknhin?
-Cuando jugábamos en Jerusalem todo el equipo de Sakhnin iba a rezar a la mitad de la cancha, a propósito como para provocar a los simpatizantes locales. Era como un haka de los All Blacks, ellos rezando y los hinchas de Beitar insultando.
-¿Y con Hapoel Tel Aviv? Es un equipo ligado a la izquierda política, y Beitar representa más a la derecha.
-También es un clásico pero no se vive de la misma manera. Tiene algo de política, pero lo veo más como una rivalidad más deportiva que la que puede existir con Sakhnin.
-Jugaste en otros dos equipos de Israel. ¿Qué diferencias notaste?
-Hapoel Haifa y Hapoel Afula era otro mundo. Después de todos los problemas que tuve necesitaba cierta tranquilidad, había sido un año muy estresante. Logré tener una vida más relajada. Israel es un país hermoso que amo, mi esposa es israelí y uno de mis hijos también, tengo una conexión muy grande con el lugar y con el pueblo judío. En esa última etapa pude disfrutar del fútbol y el país, la playa, las calles… En Jerusalem era todo más difícil.
-¿Te gustaría volver a Israel?
-Sí, por supuesto. Tuve contactos con gente interesada en que vaya a trabajar allá. Hay tiempo, estoy cómodo en Estados Unidos, pero en un futuro cercano me gustaría volver a Israel, es una de mis metas.
-¿Por las dudas seguís practicando hebreo con tu esposa?
-Mi casa es un lío. Tengo tres hijos: la más grande nació en Argentina, el del medio en Israel y la más chica en Estados Unidos. Así que hablamos hebreo, español e inglés, de todo un poco. Mayormente hablamos en inglés, pero mi esposa le habla a los chicos en hebreo y a veces a mí también, para que no se olviden del idioma.