Hasta el año 1992, Israel se tuvo que conformar con “logros respetables” o con “casi éxitos” en el mundo del deporte. Hasta que llegó Yael Arad. La deportista a la que se señaló de antemano como la gran esperanza demostró tener una enorme fortaleza mental y una gran capacidad profesional, y así fue como ganó la primera medalla olímpica para Israel. Desde entonces, todos saben que eso es posible, y los deportistas reciben mucho más apoyo, llegando al punto de que una competencia que termina sin medallas se considera una decepción. ¿Qué cualidades han convertido a Yael en campeona? ¿Qué hizo cuando era niña? ¿Cómo hizo la transición de la carrera de deportista al “día siguiente”? El proyecto que lleva el nombre de “Un mañana mejor” fue tras la respuesta a todas estas preguntas.
“Medalla olímpica para Israel”. Hasta hace 27 años, este concepto era una aspiración nacional que no se podía hacer realidad. Desde su debut en los Juegos Olímpicos de Helsinki, de 1952, la medalla olímpica rehuyó las manos de Israel una y otra vez. El sueño olímpico israelí quedaba siempre postergado.
Eran tiempos un tanto diferentes: sin Instagram y antes de la revolución del “Ni una menos” (conocido como “Me too”, en inglés). Pero había una mujer a quien todo el país seguía de cerca. Antes de los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992, la judoca Yael Arad despertó la esperanza de que el sueño olímpico se hiciera realidad. Y el 30 de julio, mientras un país entero contenía el aliento frente a las pantallas de televisión, sucedió.
El gran momento fue en realidad en las semifinales, en las que Arad venció a la campeona olímpica que no había sido derrotada hasta entonces, la alemana Frauka Eickhoff, y de ese modo se aseguró una medalla. Después perdió en la final ante la francesa Catherine Fleury, por decisión de los jueces, luego de una lucha muy igualada que terminó sin puntos. Pero a nadie en Israel le importó que perdiera: gracias a la medalla de plata que ganó Arad, por primera vez ondeó la bandera azul y blanca en la ceremonia de entrega de premios. Se había roto el tabú.
Veintisiete años más tarde, y después de que Israel ganara otras ocho medallas olímpicas, quisimos averiguar con Arad qué fue lo que finalmente la convirtió en la persona que abrió un camino dentro del deporte israelí.
“Desde que tengo uso de razón, siempre quise tener éxito”, señala. “Era una niña muy fuerte y muy deportiva, y me enamoré a primera vista del judo, cuando tenía 8 años. Me gustó lo interesante que es, y yo era una luchadora”.
Tan sólo un año después de comenzar a entrenar, llegó al segundo lugar en el campeonato israelí. A los 10 años ya era campeona nacional y una deportista líder en el pequeño club en el que se entrenaba. “Recuerdo que vino a Israel una delegación de Alemania. Yo era cinturón azul, y tenía 12 o 13 años. En una competición grupal, ellos pusieron a las dos mujeres más fuertes que tenían para que me enfrentaran, y yo las tiré a ambas en ippon (el knock-out del judo). Después de eso, se fortaleció en mí y en quienes me rodeaban la sensación de que tal vez yo era buena más allá del nivel local”, recuerda.
Arad siguió cosechando éxitos. Cuando tenía 16 años, su entrenador de entonces, Moni Aizik, llegó a la conclusión de que ella podría ser la campeona de Europa, que era lo máximo que se podía soñar en esa época. Él les pidió a los padres que autorizaran a Yael a entrenarse durante un año en Austria, que entonces era la potencia mundial de judo para mujeres. Pero ellos se negaron.
“Mi madre le dijo ‘Yael no irá a ningún lado’. Si tiene talento, será campeona de Europa desde Tel Aviv’, y así fue”, cuenta Arad.
En una época en la que las instituciones deportivas aún no sabían cómo cultivar talentos especiales, la joven judoca tuvo todo el apoyo que necesitaba de sus hermanos y de sus padres. “Mis padres siempre me apoyaron, pero no consideraban mi carrera como su realización personal”, explica. “A mi modo de ver, eso es muy importante porque muchas veces los padres empujan a sus hijos a hacer una carrera. Criar en casa a una niña con talento no es fácil. Y ciertamente no lo es para una familia normal que, por un lado, no sabía lo que es un deporte muy competitivo, y por el otro no estaba en condiciones de pagar todo lo que hacía falta”.
–¿Qué hace falta además de una familia que apoya?
–Ser una deportista de competición requiere un esfuerzo total y mucha disciplina; además, algo que se obtiene con el tiempo es la capacidad de afrontar las decepciones y los fracasos. Y tal vez una de las cosas más complejas es lidiar con lesiones imprevistas, que casi siempre aparecen en el momento menos oportuno”, explica Arad. “Mis días estaban muy cargados: viajar a los entrenamientos, hacerlos, cuidar mucho la alimentación y cuidar el cuerpo aun cuando no hay lesiones especiales. Al mismo tiempo, dedicarme a los estudios a fin de equilibrar el día a día y cultivar otros aspectos de la personalidad”.
“Hay que definir qué significa decir perder”
El mundo del deporte de hoy en día es más competitivo que nunca, y en la cima no hay lugar para todos. Muy pocos de quienes realmente lo intentan alcanzan logros importantes. Según Arad, perder es a veces el motor para crecer.
“Hay que definir qué quiere decir perder”, afirma. Sé que todos nosotros, incluso quienes llegaron a la cima en el mundo, a lo largo de su carrera experimentaron muchas veces lo que es perder. Pienso que la decepción es la mejor palanca para alcanzar el éxito. Después de perder, una se levanta y trabaja más duro para tener éxito la próxima vez. El esfuerzo de llegar a la cima es tremendo, y les enseña a los jóvenes a plantearse metas importantes, a recorrer un largo camino para que cristalicen y afrontar muchas dificultades desde una edad muy temprana”.
En el año 1996, después de haber terminado en el quinto lugar en los Juegos Olímpicos de Atlanta, Yael se retiró del deporte competitivo. El de la retirada es, sin duda, uno de los momentos más importantes en la carrera de todos los deportistas. Pero también ahora, ya fuera de la competición y de los Juegos Olímpicos, a Yael le va muy bien. Se especializó en emprendimientos, desarrollo empresarial y estrategias de mercadeo, da conferencias sobre la relación entre excelencia en el deporte y excelencia en los negocios, y en la vida en general. Y desde el año 2013 trabaja como voluntaria en el Comité Olímpico.
“Hay que organizar con inteligencia la vida posterior a retirarse de la carrera deportiva”, afirma. “Me pasé al mundo de los negocios hace casi 20 años. Y puesto que me parecía importante, promoví el proyecto ‘Al Día Siguiente’ en el Comité Olímpico. El proyecto consiste en acompañar a deportistas desde una edad temprana, y ayudarlos a prepararse para la vida ‘civil’. Y después de que se retiran, los acompañamos profesionalmente hasta que encuentran su lugar en el mercado laboral, ya sea en el mundo del deporte o fuera de él”, cuenta.
–¿Qué consejos les darías a jóvenes deportistas sobresalientes y a sus padres?
–Que se pongan metas, que se atrevan. Y al mismo tiempo que entiendan que se trata de un camino largo, en el que también habrá decepciones. Que además del objetivo final se pongan metas a medio plazo. Que asciendan la escalera del éxito paso a paso, y que cada vez que alcancen una meta cercana se pongan la siguiente. Que no teman decepcionarse. Que sepan afrontar las decepciones planteando la meta siguiente y que trabajen duro. Y, además, que sepan que el aspecto mental requiere un entrenamiento especial aparte, como los músculos. No esperen a que lleguen las dificultades o los problemas: cultiven y desarrollen la capacidad mental desde jóvenes. Yo trabajé durante muchos años con un psicólogo especializado en deporte, y ésa fue una de las herramientas que me ayudaron a dar el salto en el camino a la cima.